En un lejano país, hubo una vez, una época de gran pobreza, donde sólo algunos ricos podían vivir sin problemas. Los tres ricos más pudientes de ese país llegaron a la aldea donde la pobreza era extrema. Esto provocó distintas reacciones a cada uno de ellos.
El primer rico no pudo soportar ver tanta pobreza, así que tomó todo el oro y las joyas que llevaba en su carruaje y los repartió. Sin quedarse, nada, entre la gente del campo y les deseo la mejor de la suerte y partió.
El segundo rico, al ver su desesperada situación, llamó a todas sus sirvientes para le cocinaran a toda la gente del campo y les entregó toda su comida y bebida, pues veía que el dinero poco le serviría. Se aseguró que cada uno recibiera su parte y tuviese comida para cierto tiempo y se despidió.
El tercero, al ver aquella pobreza, aceleró y pasó de largo, sin siquiera detenerse. Los otros ricos mientras iban juntos por el camino, comentaban su poca decencia y su falta de solidaridad.
Menos mal que allí habían estado ellos para ayudar a aquellos pobres.
Pero, tres días después, se cruzaron con el tercer rico, que viajaba ahora en la dirección opuesta.
Seguía caminando rápido, pero sus carruajes habían sido cambiados por oro y las mercancías por aperos de labranza, herramientas y sacos de distintas semillas y grano, y se dirigía a ayudar a luchar a la aldea contra la pobreza.
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